No creo que la política sea un buen negocio en el futuro, no invierta en ella. Ni se le ocurra.
¿Por qué lo digo? No, no crea que eso porque soy consciente del gran peso que tienen la economía y los grandes poderes financieros sobre ella, que cada día le comen más el terreno. Es verdad que si seguimos así, el siglo XX que fue el de la política sea desplazado por el siglo XXI de la economía sin límites. Pero créame no lo digo por eso.
Si le digo que no invierta en política de cara a la futuro es porque el sistema democrático tal y como lo conocemos se va a desmoronar. Gracias a Internet.
¿Me deja que volvamos un poco atrás en la Historia? Seguro que recordará el nacimiento de la democracia Ateniense, a pesar de que no estuviésemos allí. Siento fascinación al acordarme de la Asamblea, aquél sistema de democracia directa en el que cualquier ciudadano (bueno cualquiera no, ya sabemos que el sufragio nunca fue universal hasta hace pocas décadas) podía acudir a las reuniones. Aquellas grandes reuniones entre ciudadanos permitían que todos los presentes participaran directamente en las decisiones, de ahí su nombre.
Pero claro, era poco práctico, ¿no? Por eso fue ganando fuerza la democracia representativa. Juntarse todos podía ser un follón, especialmente en núcleos ciudadanos muy grandes o con zonas deslocalizadas. Por eso derivamos al sistema que conocemos ahora, donde elegimos unos representantes.
Pues Internet hace que el sistema vuelva hacia atrás. Volvemos a la democracia directa.
Y de una forma que es imposible ignorar. Con lo conectados que estamos ahora, ¿Cómo no va a ser posible que no dedicásemos un rato al día o a la semana a entrar al foro de los ciudadanos y a votar aquellas decisiones relevantes que estén en la agenda de la actualidad? No estaría mal, yo creo que unos minutos después del telediario bastarían para ejercer nuestro derecho. Y el que no quiera votar, pues que no lo haga, tampoco van todos a la urna.
Si pudiendo usar estas maravillas tecnológicas siguiésemos dependiendo en líderes y representantes que sentimos que no siempre nos representan, permítame decirle que seríamos unos ciudadanos perfectamente estúpidos.
Más aún, gracias a este invento del Internet globalizador, ¿cómo podremos contentarnos con votar sólo decisiones que nos conciernan a nosotros? ¿No deberíamos todos los países poder decir algo sobre el cambio climático, sobre el hambre en el cuerno de África, sobre la especulación? Sin duda, la política que podríamos crear sería para algunos temas importantes mucho más grandiosa que el desastroso puzzle de naciones que tenemos ahora.
Por esto mismo, y por muchas otras cosas con las que no quiero aburrirle más, le aconsejo encarecidamente que no invierta en política en el futuro. Antes invertiría en gelatina, fíjese lo que le digo.