lunes, 20 de julio de 2015

La pérdida de lo inmutable

Antes, uno estaba acostumbrado a salir de casa y encontrarse más o menos lo mismo.

Era bastante excepcional que ocurriera algo nuevo en el barrio. Muy ocasionalmente, podían abrir un nuevo comercio, celebrar una feria totalmente novedosa o transformar una calle dominio de los automóviles en una calle peatonal. Eran cosas muy inesperadas e, inevitablemente y debido a esa característica, muy comentadas por los vecinos.

Ahora, las calles cambian a una velocidad impredecible. Y casi siempre a peor.

Hemos visto todos, ya vivamos en una gran urbe o en un barrio modesto, como comercios de toda la vida han sido fagocitados de la noche a la mañana, y como esas persianas de metal cayeron para siempre y se llenaron de óxido. Han desaparecido tiendas de decoración, panaderías, librerías, jugueterías... en un número que ya se nos escapa. Hemos visto renacer alguna, aunque ya jamás las reconozcamos: ahora son bares de degustación, tiendas de moda que duran un telediario, bazares llenos de artilugios innecesarios. Cuesta apegarse a ellos, a esos tenderos que aún no conocemos y nos llevará una vida hacerlo.
Y qué decir de la fiebre por hacer obras en las calles, frecuentemente para empeorarlas, ahogando las zonas verdes y llenándolas de cemento. ¿Quién nos ha robado el plano de la ciudad?


Estabilidad que, dicho sea de paso, no encontramos tampoco en lo virtual. ¿Cuántos cambios ha tenido, y siguen teniendo, la web de tu periódico, de tu universidad o tu red social favorita? Aunque en lo virtual, la inmediatez va en el ADN, es cierto que los cambios han dejado en el olvido a muchos espacios que algún día se creyeron portadores de la innovación eterna.

¿A qué viene esta reflexión?
Encontrarse siempre lo mismo daba una sensación de seguridad, de que el entorno que nos rodea se mantiene en su sitio. Eso permite sentirse muy cómodo con el entorno, muy apegado a él y a su vida cotidiana, de tal forma que se establecen relaciones cercanas con sus dependientes, con los vecinos. Lo inmutable daba previsibilidad, una cierta sensación de dominio del territorio y de sentirse cómodo en él.
También generaba otro beneficio: esta tranquilidad externa acaba generando que uno tenga más confianza para ocuparse de uno mismo, de sus reflexiones y problemas internos, con más seguridad. Así, tranquilidad interna y externa son espacios recíprocos.




No sabemos ahora qué debemos retener en este mundo de constante zozobra.
¿Quizás es que no merezca la pena recordar nada?

¿Hablamos del miedo al cambio o del cambio al miedo?


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